OSAKA, JAPÓN



Después de un par de meses viajando por Australia y Nueva Zelanda nos dedicábamos avaguear por Sidney sin demasiada prisa por irnos de la ciudad, aunque es cierto que cada día curioseábamos las ofertas de vuelos tanteando los destinos mas variados. Indonesia, Japón o las islas del Pacifico eran las que mas nos encajaban por proximidad, pero la verdad es que no estábamos cerrados a nada.
De repente en el correo apareció una oportunidad para volar a Japón a un precio ridículo pero con salida en un par de días y decidimos aprovecharlo. Ya habría tiempo para playas en otro momento.

La peculiaridad del vuelo era que ademas de ser inmediato no volaba a Tokyo. Volaba a Osaka.
No sabíamos nada sobre esta ciudad pero por algún sitio había que empezar y ademas tampoco era muy difícil llegar a la capital desde allí.

El mítico cartel de Glico en Osaka.

Dos días después aterrizamos en Kansai y nos llevamos la primera sorpresa. El aeropuerto estaba situado sobre una isla artificial con lo que excepto por una pequeña carretera se encontraba totalmente rodeado de agua.

Cruzamos la aduana sin ver prácticamente ninguna señal en ingles. Tuvimos que arreglarnos siguiendo los pictogramas ya que no hablábamos nada de Japones pero hay que reconocer que no tuvimos demasiados problemas para recuperar nuestras mochilas y comprar billetes para el tren que nos llevaría a la ciudad.
En solo unos minutos nos quedo claro que en Japón todo era lo suficientemente gráfico como para que aunque no conociéramos el idioma nos pudiésemos manejar sin problema.

Todo perfectamente claro.

Monos o cerdos?


Ojo a la caras en el cartel de la derecha.


Adorable.
Eso si, por muy claro que estuviera todo, recuerdo que después de pagar el billete express, como si de una mala comedia se tratara, nos montamos en el tren equivocado y vimos desde nuestros asientos como el rápido arrancaba en la vía contigua y nos quedábamos en el que paraba en tooooodas las paradas del camino...





El hotel que habíamos cogido a ultima hora estaba un poco apartado y cumplía todo lo que se dice de los hoteles japoneses en cuanto al tamaño de las habitaciones. Por lo demás estaba estupendo, muy nuevo y con un montón de accesorios en la habitación que para si querrían muchos 5 estrellas que hemos visto por ahí.
Incluso nos habían dejado dos pijamas-camisón muy cómodos para dormir y que nos cambiaron todos los días.

Con el cuerpo roto por la diferencia horaria y los kilometros recorridos, tomamos nuestra primera cena en un restaurante de pescado, que no de Sushi, muy cercano al hotel y ademas por cuatro duros. Era curioso que en la entrada del bar, en la misma puerta, tenia colocada una especie de banderola colgando que tuvimos que esquivar para entrar, no sabemos si por alguna costumbre o solo para mantener la intimidad de los clientes que están dentro.
Cenamos sin entender el funcionamiento de nada, ni siquiera de como iban las salsas. Ademas tenia pinta de que eramos los primeros occidentales que habían entrado allí y los cocineros no hablaban una palabra de ingles. A pesar de que lo intentaron no nos ayudaron demasiado.


Indicaciones que no sirven de mucho.


A la mañana siguiente con la cabeza un poco mas despejada caminamos hasta el centro y allí nos topamos con la estación subterránea de Umeda, que es una aventura en si misma. Aunque pasamos casi una semana en la ciudad y la cruzamos a diario no fuimos capaces de encontrar el mismo restaurante dos días seguidos.
Era una especie de enorme laberinto que juntaba dos o tres estaciones de metro con la estación principal de tren. Aquí se  puede encontrar sin exagerar cientos de restaurantes, miles de tiendas, decenas de pastelerías e incluso supermercados. Es posible entrar por la planta baja de alguno de ellos, cruzar por una pasarela elevada de un Mall a otro y bajar de nuevo a la estación en la otra punta. Es una locura dejarse llevar por la marea de gente de todo tipo que va en una y otra dirección a velocidades de vértigo y sin rozarse.


Cruce de caminos en Umeda


Tras el caos de Umeda salimos a la superficie y decidimos visitar el mas tradicional castillo de Osaka, que es de alguna manera el emblema de la ciudad. Esta situado en el centro de la misma, rodeado por unos enormes jardines y protegido por grandes murallas. Algunas de las piedras que forman las murallas tienen caras de mas de 100 metros cuadrados, lo que resulta impresionante.

Castillo de Osaka.



Las enormes piedras de la muralla.


La vista del castillo es imponente con sus tejadillos con caída y sus remates dorados. Es un largo camino, pero una vez arriba se disfruta con la panorámica sobre la ciudad y ademas la bajada por el interior esta pensada para ir viendo diferentes salas a modo de museo en las que se ven elementos de la historia japonesa como armaduras de samurai o representaciones pintadas de famosas batallas entre clanes. También incluye una muestra de las habitaciones típicas de la época Edo. Todo muy recomendable.

Paseando por los jardines del castillo oímos griterío saliendo de uno de los edificios y asomamos la cabeza por una ventana. En una sala había un montón de chavales practicando Kendo con un profesor. No parecían demasiado disciplinados con tantas risas pero cuando les vimos combatir fue todo lo contrario. Manejaban los bastones con seguridad y destreza. Lo divertido vino cuando el profesor propuso un todos contra el y se desencadeno el apocalipsis, al final el viejo maestro tuvo que pedir clemencia.



Poniéndose de nuevo el gorro tras saludar.
Una de las ultimas cosas que nos sorprendieron en ese primer día fue que coincidimos con la hora de la salida en un colegio a las afueras del castillo. Los niños se dirigían a coger el autobús se y despedían del guarda saludándole inclinando la cabeza después de quitarse el gorro, uno a uno. Fascinante.

Camino del autobús.


Esto es solo el inicio ya que hay muchas mas cosas que contar de Osaka y sobre lo que fue nuestro primer contacto con la cultura japonesa y con sus costumbres. Lo dejo para la próxima.


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