¿DESTINO? EL GRAN TIBURON BLANCO






Al visitar Sudáfrica hay una experiencia que no se puede dejar pasar: sumergirte en el mar dentro de una jaula y verte rodeado de tiburones blancos. De hecho, leyendo sobre ello, la expresión que más se repetía era “inolvidable”.

En nuestro segundo día en Capetown y aprovechando que el mar reunía las condiciones perfectas decidimos emprender el camino hacia Gansbaai, el punto desde el que parten casi todas las expediciones que ofrecen la opción de sumergirte con tiburones. No llevábamos demasiado camino recorrido cuando quedó claro que aunque solo fuera por el paisaje que nos acompañaba hacia nuestro destino, la excursión había merecido la pena.



Para llegar a Gansbaai hay caminos más cortos y más rápidos pero nuestra recomendación es recorrer, bahía tras bahía, la carretera que bordea el mar y que se encuentra entre las más bonitas del mundo.



La carretera es consciente de su belleza y cada poco ofrece espacios donde detenerse cómodamente y disfrutar del paisaje. Os puedo asegurar que parar en cada uno de ellos merece la pena ya que cada curva ofrece un punto de vista distinto que transforma la vista en algo nuevo pero siempre igual de espectacular.




Si el contraste entre el azul del mar, la roca roja y las verdes colinas resulta ya de por sí fascinante, este recorrido ofrece ademas un aliciente extra. La mayoría de la gente que visita Cape Town y quiere conocer el característico pingüino africano suele acercarse a Boulder´s Beach, una playa en la península del Cabo de Buena Esperanza, sin embargo, lo que no mucha gente sabe es que esa colonia procede de otra más grande que se ubica en Betty´s Bay, un pueblo que se encuentra en el camino hacia Gansbaai.


Un camino elevado de madera creado para verlos sin molestarlos cruza la colonia y resulta perfecto para observarlos y escuchar el característico canto que les da el sobrenombre de Jackass Penguins, algo así como los pingüinos-burro.



Si las personas no pueden salir de ese recorrido para no perturbar la paz de los pingüinos, estos no muestran la misma disciplina, así que si estáis atentos, es fácil verles correteando por los jardines de las casas más cercanas o incluso tomando el sol y paseando por el camino que lleva desde el parking hasta la entrada del Stony Point Penguin Nature Reserve.








Casi llegando a nuestro destino cruzaremos también la muy popular y turística Hermanus, una ciudad que presume de ser el mejor lugar del mundo para ver ballenas desde tierra firme durante los meses de Junio, Julio y Septiembre. De hecho, hay un paseo situado sobre los acantilados que delimitan la ciudad y que parece pensado para disfrutar de los avistamientos.





Poco después, tras 200 kilómetros de preciosos paisajes llegamos a White Shark Projects, la compañía que habíamos elegido para conocer más de cerca a los tiburones. Por lo que pudimos ver el proceso es bastante similar con todas las empresas que organizan este tipo de salidas. Tras pagar y tomar tus datos y los de algún amigo o familiar al que notificar si sucediera algo, te llevan hasta el puerto donde te dan una charla con las indicaciones a seguir dentro del barco y especialmente dentro de la jaula. En cuanto a la jaula, se resume en un mandamiento básico: a la hora de agarrarte a algo, plateado es malo (riesgo de bocado o golpe con el tiburón), amarillo es bueno (disfrutaras de la inmersión y volverás con todas las extremidades intactas a casa).





Una vez en el mar el trayecto es corto pero bastante movido. La embarcación va a toda pastilla para llegar cuanto antes a la zona de inmersión con lo que se menea bastante. Tras poco más de quince minutos se llega al destino. Tienen la zona muy controlada y a los cinco minutos de arrojar el cebo sangrante al mar, ya teníamos al primer tiburón dando vueltas. Una de las cosas que más me han preguntado a la vuelta es: ¿cuantos tiburones visteis?. Y la verdad es que no lo sé. En varios momentos vimos dos al mismo tiempo. Y durante las aproximadamente tres horas que duro el viaje, continuamente teníamos alguno a la vista. No sabría decir si eran cinco o seis que iban y venían o si fueron decenas de tiburones distintos. Aunque tienen marcas características en el cuerpo y diferente tamaño, por la velocidad que se mueven y la emoción del momento resulta difícil diferenciarlos. Como referencia, diríamos que el más pequeño fue de unos cuatro metros y el más grande, de algo más de seis.

El apetitoso cebo






A la hora de bajar, el procedimiento es sencillo. Te dan un neopreno que cubre desde la cabeza hasta los tobillos y unas botas para los pies, después te asignan unas gafas de buceo y listo. En turnos de seis personas te metes en la jaula por periodos de unos 20 minutos. Es habitual repetir e incluso si tienes suerte y tus compañeros de viajes son frioleros es posible repetir más de una vez ya que una vez fuera, les de pereza meterse de nuevo y prefieren ver a los tiburones desde la cubierta mientras toman el sol.




En nuestro tour, nosotros junto a una pareja de escoceses fuimos los que más tiempo pasamos bajo el agua: en torno a una hora. En ese tiempo vimos pasar decenas de veces a tiburones a pocos centímetros de nuestras gafas. En algunos casos sin demasiado interés por el cebo que les ofrecían, y en otros persiguiéndolo con las mandíbulas abiertas y el hocico haciendo sonar los barrotes que nos protegían como si fueran un carillón.
De todas las pasadas, hubo una que resultó especialmente emocionante: cuando parecía que el tiburón (enorme, de unos seis metros) había perdido interés en nosotros o en el cebo que nos rodeaba, se giro bruscamente arrimando sus dientes hacia nosotros para a continuación golpear la jaula con su cola con tal fuerza que nos movió tanto a nosotros como a la embarcación a la que estábamos fijados.




¿Como reaccionamos ante ese susto? Quizás fue la adrenalina, pero estoy seguro de que no hubo espacio para el miedo, solo para la emoción, una emoción inolvidable que todavía duraba cuando subimos a cubierta y la cámara inmortalizo la sonrisa que nos llegaba de oreja a oreja.






2 comentarios: