Islandia es un destino relativamente cercano pero a la vez tan apartado y fascinante que lo coloca en el punto de mira de cualquier viajero que se precie.
Añadamos a eso que el cine y las series llevan unos cuantos años empeñados en recordarnos lo maravilloso de sus paisajes: "Batman Begins", "Game of Thrones" y sobre todo "The Secret Life of Walter Mitty" usan los escenarios que ofrecen sus montañas, glaciares y cascadas para evocar mundos reales o imaginarios pero absolutamente hermosos.
En el año 2005 visitamos el país durante el solsticio de verano con la intención de aprovechar al máximo la luz del día y ver todo lo posible en las casi dos semanas que estaríamos allí.
Decidimos, casi por obligación que seguiríamos el camino que marca la única carretera importante y accesible durante todo el año que rodea el país, la Route 1, mas conocida como Ring Road.
En otra ocasión os hablare mas extensamente del recorrido y de las peripecias que nos ocurrieron: karaoke con vídeos de Las Ketchup a las tantas de la mañana en un garito perdido del mundo o la mas dura salida en barco pesquero a ver ballenas que podáis imaginar.
Pero hoy toca hablar de una de las mejores experiencias que hemos tenido en cualquiera de nuestros viajes.
Habíamos leído sobre el Vatnajokull National Park pero estaba claro que era una visita con difícil acceso hasta bien entrado el verano. Aun sabiendo esto, decidimos intentar la visita con algún guía local que nos ayudara a llegar hasta el cráter de Askja.
Al principio no tuvimos suerte, muchas de las agencias estaban cerradas a espera de que el tiempo mejorara, pero en la recepción del hotel nos dieron el teléfono de un miembro de los equipos de rescate que de vez en cuando realizaba este tipo de trekkings para pequeños grupos.
Cuando le llamamos nos dijo que las carreteras todavía estaban bastante mal y que ademas necesitaba que el grupo fuera de al menos cuatro personas para que le compensara. Nos cogió el numero de teléfono por si acaso, pero no nos dio demasiadas esperanzas.
Nos quedamos un poco frustrados pero ya sabíamos lo que había, no era cuestión de venirse abajo así que tocaba cambiar planes. Un par de horas después sonó el teléfono y volvimos a cambiar. Una pareja de alemanes se habían apuntado y al día siguiente nos podríamos adentrar en el corazón de Islandia.
Quedamos de madrugada ya que el destino estaba bastante lejos y no estaba claro cuanto tiempo nos llevaría llegar. No fue ningún problema, no nos importa levantarnos pronto, sobre todo cuando es para pasar un día de aventura en las montañas nevadas de Islandia. Ademas debemos tener en cuenta que durante el mes de Junio, el sol nunca llega a desaparecer del horizonte, con lo que a la hora que habíamos quedado había luz de sobra.
Nos montamos en un enorme todo terreno con el chasis elevado y ruedas gigantes. En unos minutos dejamos las carreteras principales para coger caminos de tierra que subían y bajaban alejándonos de la civilización. A los cuarenta minutos toco cruzar el primero de los muchos ríos que nos tocaría pasar. No cubría demasiado pero fue emocionante ver al guía sorteando las zonas mas profundas en las que el agua llegaba hasta las puertas para poder ganar la otra orilla.
El paisaje que veíamos desde la ventanilla era árido, sin apenas vegetación, fascinante. Todo estaba cubierto de rocas oscuras y un polvo tan negro que te permitía imaginar que estabas en otro planeta.
Se mantuvo así durante bastante tiempo pero según empezamos a subir cambio y en un punto concreto la tierra negra desapareció para quedar oculta bajo la nieve.
En ese momento no nevaba pero todo el horizonte aparecía cubierto por una capa de nieve virgen con un blanco maravilloso.
Seguimos un rato mas de carretera y hubo momentos en los que parecía que no lo conseguiríamos. El coche se atascaba en cada repecho intentando subir por caminos que nadie había recorrido en mucho tiempo y que estaban totalmente ocupados por nieve y hielo. Entonces fue cuando nuestro guía tuvo que demostrar su pericia jugando con las marchas del vehículo para seguir adelante y lo hizo con nota.
El camino empezaba a pesar por las horas pegando brincos por malas carreteras y los nervios provocados por los apuros, cuando apareció el refugio que marcaba el final de nuestro camino en cuatro ruedas. Aparcamos el coche y entramos para cambiarnos de ropa, calzado y comer algo que nos diera fuerzas para lo que se nos venia encima. Allí también se sumo a nuestro grupo la Ranger que cuidaba el parque y que patrullaba por la zona.
El camino estaba indicado, por decirlo de alguna manera, por unos pequeños palos pintados de rojo o amarillo. En su mayoría estaban derribados por el viento o enterrados por la nieve. Sin ayuda esta claro que hubiera sido imposible completar el camino.
Y entonces, a lo lejos, apareció el cráter humeante de Viti con su fondo cubierto de un agua de color verdoso. Viti es una caldera inundada de unos 150 metros de diámetro y sus aguas están a una temperatura que las hace ideales para nadar por mucho frió que haga en el exterior. Eso si, como quedó claro, lo del uso de bañador es opcional.
Solo el guía y yo nos animamos a bajar por su resbaladiza ladera, quitarnos toda la ropa y meternos de un salto en sus cálidas aguas. Estar flotando allí metidos, mirando la empinada cuesta de roca con la nieve asomando en la cima, fue algo inolvidable. Solo por para pasar unos minutos en el agua había merecido la pena todo el esfuerzo.
Mientras nadábamos un rato con mucho cuidado de no apoyar el culo en el fondo para no escaldarnos, los demás aprovechaban para pasear por el borde del cráter y fotografiar la helada y cubierta de hielo y nieve superficie del lago que forma la caldera de Askja y las montañas que lo rodeaban.
Tras el baño recuperador tocaba desandar el camino hasta nuestro coche y recorrer de nuevo los cien kilómetros que nos separaban de la Ring Road.
Estábamos agotados y durante el camino de vuelta solo hicimos una parada. Fue para observar un increíble árbol genealógico dibujado en una enorme pared natural al borde de un río. Nos limitamos a fotografiarlo desde la lejanía, para poder apreciarlo en su totalidad y porque las piernas no nos daban para mas.
Ya solo quedaba llegar al punto donde había iniciado la aventura esa mañana, dar las gracias a nuestro guía por el día tan maravilloso que habíamos pasado y volver a nuestra habitación donde nos esperaba una apestosa pero gratificante ducha.
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