Salir de la zona de las montañas del Norte de Tasmania no es tan fácil como parece, cada bajada que crees esa la ultima viene acompañada al poco rato de una nueva subida hacia el pico de otro monte, a su favor diremos que el paisaje no defrauda en ningún momento, ya sea por la vegetación extrema, por los rios, por las presas hidroeléctricas, o por las cataratas constantes.
Cuando por fin acaban todas las curvas, subidas y bajadas te encuentras con un valle verde, salpicado de ganado de todo tipo y de pueblecitos pintorescos. Lorraine, uno de los ultimos que te encuentras antes de llegar a Launceston es una delicia, su calle principal esta decorada por multitud de esculturas metálicas, algunas curiosas y otras bonitas de verdad. Al final de esta calle hay un parque con una locomotora en medio de un parque al borde del rio. Ademas un puente que lo cruza te deja disfrutar de la vista de una pequeña presa y un molino.
Cuando llegas a Launceston, esperas una ciudad, la segunda mas grande de Tasmania, y lo que encuentras es un pueblo grande siendo generoso, y no lo digo como algo malo, mas bien al reves. El centro lo recorres en dos minutos, pero lo bonito no acaba ahí, esta lleno de parques, colinas con vistas estupendas, y un rio que poco antes de llegar a la ciudad cruza una garganta espectacular.
Pero si hay algo que no se me olvidara de Launceston es una pequeña pastelería llamada Ephin Continental Cakes, madre de dios, que pasada de pasteles, todos impresionantes, primero fue uno, luego otro, y luego otro mas hasta que la dependienta nos empezó a mirar asustada, si, quizas era el momento de parar.
Con el estomago lleno seguimos haciendo kilometros buscando el mar, allí nos esperaba un nuevo parque. Y un final apoteósico a nuestra visita a Tasmania.
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